
Dice el refrán que bien está lo que bien acaba. Supongo que se puede aplicar al caso griego, que este fin de semana debería alumbrar un compromiso con sus acreedores. Sin embargo, la crisis griega no concluirá aquí, quizás acabe de empezar. El país está sumido en la miseria después de dos largas semanas de un corralito que ha arruinado a muchas empresas e incrementado el desempleo a tasas exorbitantes.
Si Alexis Tsipras quería exterminar la pobreza ha logrado justamente lo contrario. Además, se trata de un sacrificio baldío, porque el referéndum no sirvió para mejorar las condiciones del rescate, sino para su autoafirmación personal. Ni siquiera es nuevo el alivio de la deuda que la Unión Europea comienza a prometer abiertamente, ya estaba previsto que se abordara después del acuerdo, como en esta ocasión.
No sé si la fuerte presión de Obama o el cambio de postura del FMI, que pasó de levantarse de la mesa de negociaciones a ofrecer más ayudas, fueron decisivos para que Tsipras y sus acreedores cambiaran de opinión. El nuevo ministro de Finanzas, Euclides Tsakalotos, se presentó el lunes ante el eurogrupo con las manos vacías. Llevaba unos apuntes tomados deprisa en la libreta del fabuloso hotel en el que se aloja en Bruselas, con una anotación a pie de página en la que se leía, "sin triunfalismos".
Parece que Merkel y Hollande le leyeron la cartilla al día siguiente a Tsipras y le presentaron un plan detallado para su salida del euro. Plan que empezó a comentar abiertamente en público el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, de quien el primer ministro griego dijo ante su parlamento que era el único funcionario europeo que había entendido las dificultades y las urgencias de Grecia.
La aventura del referendo en nombre de la democracia y de la dignidad concluyó en una monumental bajada de pantalones por parte de Tsipras que deja con el culo al aire a sus conciudadanos.
Los acreedores europeos tendrán también que hacer un esfuerzo para tragarse el sapo del plan griego, que elude las reformas estructurales para decantarse por la subida de impuestos en un país en el que la presión fiscal está ya alrededor del 45 por ciento del PIB, casi diez puntos más que en España. Una losa que frenará la economía durante los próximos años en lugar de acelerarla.
El asunto griego se resolverá con un parche para aguantar unos meses y dar tiempo a que se celebren elecciones generales en Portugal y en España. En Lisboa hay pocas probabilidades de un Gobierno radical, pero si inquieta la posibilidad de que una coalición de izquierdas tome el poder en Madrid, porque si comienza a abandonar la austeridad y a desafiar a Europa podría volar el euro. Por eso es importante que el acuerdo no pueda interpretarse como un dechado de concesiones a los helenos.
La sensación de provisionalidad también se extendió esta semana a China, donde sus autoridades intentaron contener las caídas bursátiles para preservar la credibilidad de sus reformas. Pekín emprendió en los últimos años una paulatina apertura de su mercado de valores a los inversores de dentro y fuera del país. El objetivo era desviar buena parte de los flujos de capital dirigidos al sector inmobiliario, a la bolsa y a fomentar la cultura del ahorro y la inversión privadas. El objetivo es doble, porque por una parte se perseguía sofocar la burbuja inmobiliaria y por otra impulsar el consumo y, por ende, la economía para combatir la caída de las exportaciones. Pero el modelo no fue el adecuado. El Gobierno relajó la política crediticia para este tipo de inversiones, lo que llevó a muchos particulares a apalancarse para adquirir valores al calo de la fuerte revalorización. El índice de Shanghai se revalorizó alrededor del 150 por cien en el último año. Cuando empezó a corregir con la misma velocidad que subió, muchos se quedaron atrapados, porque los bancos ejecutaban masivamente los valores que habían utilizado como garantía para sus préstamos. Lo mismo que ocurrió con la burbuja inmobiliaria en España.
La bolsa se convirtió en un gigantesco casino, sin que Pekín se percatara de ello. Los inversores inflaban los valores en sus debut y luego los hundían para concurrir a las siguientes salidas al parqué. El Gobierno suspendió los estrenos bursátiles y puso al Banco Central a disposición de los brókers y de la banca para suministrarles liquidez para la compra de títulos. Aún así, la mitad de los valores se vieron obligados a suspender su cotización por culpa de la alta volatilidad, lo que aceleró las ventas del resto y la sensación de pánico se adueñó de los inversores en la jornada del jueves pasado. Sobre todo, porque lo que comenzó en Shanghai, un mercado cerrado parcialmente a los extranjeros, se extendió a Hong Kong y al resto de Asia y luego a Wall Street.
La impresión generalizada es que las autoridades se equivocan al restringir las ventas para combatir el desplome bursátil, porque contribuye a precipitarlo y existen dudas de cómo se levantarán las restricciones y de su efecto sobre las compañías y los inversores afectados. Igual ocurre en Grecia con el levantamiento del corralito. Muchos aventuran que Pekín se verá forzado a abrir de par en par su mercado a la inversión foránea y a dar mayor liquidez a su moneda. Pero nadie sabe a ciencia cierta qué pasos son los siguientes, ante el palmario fracaso del camino de las reformas propuesto y la necesidad de reescribirlo.
Desde el FMI a la Reserva Federal advierten en sus últimos informes de que la crisis china amenaza con endurecerse y extenderse. Con alrededor del 12 por ciento del PIB mundial, China se erigió en la segunda economía del planeta, sólo por detrás de Estados Unidos. La onda expansiva golpearía, sobre todo, en las materias primas, del que es gran consumidor, así como en miles de compañías asiáticas y americanas, con las que tejió buenas relaciones comerciales.
Hace años que convivimos con esta amenaza sin que, afortunadamente, se acabe de materializar. Por eso es perentorio corregir el desplome bursátil para evitar que actúe como una especie de espoleta que desencadene la tragedia. Si a este panorama sumamos la posibilidad de que Estados Unidos suba el precio del dinero y encarezca la financiación mundial, podrá entender por qué lo de Grecia puede acabar siendo una anécdota como el resto se complique. Toquemos madera, no es la primera vez que caminamos sobre el filo de la navaja y salimos ilesos.